jueves, 1 de mayo de 2014

20 años, el principio del fin


Hay momentos en la vida que parecen destinados a ocurrir, incluso cuando el camino parecer ir en dirección contraria, o cuando el destino hace señales de advertencia. "Nuestras vidas son los ríos, que van a dar al mar" escribía Jorge Manrique, "que es el morir". Y nadie puede remar a contracorriente, pues al final, de mejor o peor forma, por sorpresa o de forma prevista, antes o después, llegamos a nuestro destino, destino que, a veces, parece estar escrito sin posibilidad de cambiarlo.

"A mí no me va a pasar" es quizá uno de los lemas con los que el ser humano pasa por la vida. La confianza, la despreocupación y ese punto de "gracia divina" nos hace sentir intocables, inmortales, como auténticos dioses del cielo; y cuando la desdicha llama a la puerta de nuestra casa, caemos de las nubes, nos hundimos en el fango, recordamos nuestra verdadera naturaleza y, sin abandonar el egoísmo, preguntamos "¿Por qué a mi?". Simple, porque estamos dentro del juego de la vida.

Y sin embargo, hay veces que destino parece hacernos señales para avisarnos de lo que va a pasar, y el hombre, confiado, seguro de sí mismo y arrogante; las desoye. 1994 fue el año en el que las moiras más veces alzaron su voz.  Diosas que adoptaron la forma de pilotos que advertían una y otra vez de los peligros que tenían los nuevos F1 de esa temporada. Pongámonos un poco en situación. Tras el aplastante dominio de Williams en 1992 y 1993, la FIA (para asegurar el espectáculo) decidió eliminar todas las ayudas electrónicas de los coches, reintroducir los repostajes en carrera, y disminuir el tamaño de los neumáticos. No suena del todo lógico si tenemos en cuenta que la velocidad de los coches no disminuyó ni un ápice. De repente los pilotos se encontraron sentados en monoplazas que cambiaban súbitamente su comportamiento en mitad de una curva, sin dar opción al piloto de rectificar. 

Las predicciones comenzaron a cumplirse. Tras el Gran Premio de Brasil, Jean Alesi sufrió un tremendo accidente entrenando en Mugello que lo apartó de los circuitos durante dos carreras. Pero no se hizo caso a esta primera advertencia. El campeonato del mundo siguió su camino, un camino marcado por Schumacher y con Senna casi a la cola. La tercera carrera del mundial, iba a suponer la gran prueba de fuego del brasileño, quien tenía que ganar sí o sí.  Ayrton, marcó la pole en los dos primeros Grandes Premios de la temporada, pero en carrera, fue recompensado con dos abandonos. Senna no se encontraba a gusto con su coche, y estaba seguro de que el Benetton de Schumacher seguía usando ayudas electrónicas.

Llegó la mañana del 29 de abril de 1994, en San Marino, circuito Enzo e Dino Ferrari. Como siempre, el ambiente era espléndido, con las gradas abarrotadas de tifosi que querían ver a alguno de los bólidos rojos en lo alto del podio. Comenzó la sesión de entrenamientos libres. Los motores rugían sobre el cálido asfalto de Imola, haciendo las delicias de todos los aficionados. De fondo, abajo en la chicane de la Variante Bassa un golpe seco, y de repente silencio. El Jordan de Barrichello salía despedido e impactaba contra las barreras del trazado, rebotando y cayendo de nuevo al suelo apoyado sobre uno de sus costados. Rubens, inconsciente y asfixiándose con su propia lengua, era rescatado y salvado milagrosamente. Había estado cerca, el primer aviso había llegado. Y nadie hizo caso.

Es evidente que no vas a parar un Gran Premio por un accidente, por muy grave que sea. Pero sí puedes tomar ciertas medidas para evitar que vuelva a ocurrir algo semejante. La seguridad del trazado se había puesto en duda más de una vez. y Barrichello jugó el papel de maniquí de pruebas. Entró pasado en la curva, y su coche despegó, literalmente, a causa de los altos pianos del trazado, impactando posteriormente contra una barrera que no estaba ni a 5 metros de la pista. Sin embargo, no era la Variante Bassa el lugar que más preocupaba a los pilotos. Con coches tan rápidos e inestables, las curvas de Tamburello y Villeneuve eran los lugares más peligrosos.

Con el susto en el cuerpo pero con cara de alivio, el gentío se dirigió al circuito para ver a los pilotos batiéndose el cobre en la calificación. De nuevo calor, ruido y emoción, y de nuevo un golpe seco, trozos de coche esparcidos por la pista y silencio. Esta vez el accidente sucedió en el viraje de Villeneuve, y por los gestos de los comisarios y asistentes en pista, se trataba de algo grave. Roland Ratzenberger impactó a más de 280 km/h contra un muro que ni siquiera tenía barreras de neumáticos. El joven debutante austríaco no aguantó el golpe. Se trataba de la primera muerte en un Gran Premio desde que Ricardo Paletti falleciera en Canadá en 1982. El segundo aviso había llegado, y este era serio. El propio Senna se acercó a ver el estado del Simtek- Ford del austríaco y, tras intentar colarse en la clínica médica del circuito, recibió la terrible noticia de manos del doctor Sid Watkins. El astro brasileño, rompió a llorar en el hombro de uno de sus mejores amigos en el gran circo. La muerte de Ratzenberger conmocionó a propios y extraños. El piloto de Salzburgo consiguió, tras muchos años de esfuerzo, un volante en F1, en el equipo Simtek, después de que estos no consiguieran contratar a Andrea De Cesaris ni a Jean- Marc Gougnon.

"Ayrton, ¿por qué no te retiras de la carrera de mañana?. Es más, ¿por qué no te retiras del automovilismo?. ¿Qué más quieres probar?, has sido campeón del mundo tres veces, eres el piloto más veloz. Retírate y yo también lo haré, y nos iremos los dos a pescar". Fueron las palabras del médico. Tras meditarlo, Senna respondió con un sencillo: "Sid, no puedo abandonar ahora, tengo que seguir corriendo". Era evidente que Ayrton iba a seguir corriendo, no podía dejar la Fórmula 1 después de haber abandonado en las dos primeras carreras. Incluso aunque él hubiera querido, no hubiera podido hacerlo, no se lo hubiera permitido, ni él, ni el destino, pues tras todos los avisos que se habían dado, la carrera iba a disputarse. Show must go on, que se dice. ¿Pero a qué precio?

Domingo 1 de mayo. Senna se levanta a las 7 y media de la mañana, ausente, preocupado, quizá sabiendo que algo no iba a salir bien. Se sube en su FW16 y marca el mejor tiempo del Warm- Up. Alain Prost, aparece en el circuito, y recibe un mensaje del piloto brasileño "We all miss you, Alain". En la otra parte de los pits, Sid Watkins revisa que todo esté en orden, la carrera, pese a todo lo ocurrido durante el fin de semana, va a arrancar.

Rugen los motores en el cálido asfalto de Ímola, se apagan las luces rojas del semáforo, J.J Letho ahoga su coche y lo cala. Por detrás Pedro Lamy no consigue esquivarlo e impacta contra él. Ambos pilotos salen ilesos, no así nueve aficionados, que son heridos por los trozos de coche que consiguen atravesar la valla de seguridad. 

Safety Car en pista, lento. Tan lento que los pilotos le hacen señales de que vaya más rápido. Se relanza la carrera, Senna pasa primero con Schumacher detrás, se acercan a Tamburello, Villeneuve y así sucesivamente hasta completar toda la vuelta, la última vuelta de la vida de Senna. De nuevo motores, un golpe seco a lo lejos y banderas rojas. Esta vez le tocó a Ayrton, en Tamburello, la misma curva en la que años atrás Berger y eanteriormente Piquet chocaron y salieron ilesos. Esta vez no iba a ser así. El destino había dado demasiadas pistas, y el hombre, seguro de sí mismo, decidió no escucharlas, para luego preguntarse ¿por qué a mí?.

Un último apunte. En la navidad de 1988, Senna asistió a un programa de la televisión brasileña presentado por Xuxa. El amor entre ambos era algo ya conocido, y al final del show, para desearle un feliz año, Xuxa, comenzó a besar en las mejillas a Ayrton: feliz 1989, "feliz 1990, feliz 1991, feliz 1992... y feliz 1993"

Por mucho que se intente, hay veces que el destino está escrito, y por suerte o por desgracia, los destinos de Ratzenberger y Senna, fueron los de cambiar para siempre la historia de la Fórmula 1. Feliz 1 de mayo.



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